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martes, noviembre 18, 2008

Velocidad máxima


Por Mirko Lauer*

César Gutiérrez - Bombardero
Ediciones Sello. Arequipa, 2008

Bombardero es un texto vanguardista, en el sentido de que desea apresurar vertiginosamente la llegada de una determinada visión de la modernidad a la conciencia cultural peruana. Digamos como Cinco metros de poemas (1927) de Carlos Oquendo de Amat, que también ubica a Nueva York en un lugar central de su fantasía modernizadora. Lo hace del mismo modo que el bombardero, en el sentido B-52 de la palabra, cuando desea acelerar todo lo posible la llegada a su destino y el lanzamiento de su carga. Estos aspectos —la modernidad, el avión, el lanzamiento— forman el juego conceptual que recorre el libro entero de César Gutiérrez. Una vez leído el libro, uno puede seguir escuchándolo caer a través de nuestra curiosidad, y quedar suspendido en algún punto de ella.
En este caso la modernidad que se apresura es aquello que ahora se llama tiempo real radical: el presente absoluto como una perplejidad cultural en movimiento e inalcanzable, definida para el hombre de la calle por la revolución tecnológica de las comunicaciones. A la cual Gutiérrez entiende como una revolución paralela de los sentidos, de los mercados y de los ritmos, todo lo cual aparece en el vértigo de su prosa. La novela es, además, una introducción a un mundo que conocemos, pero que no conocemos de la manera que Gutiérrez lo presenta.
Como James Joyce en Ulyses (1918) Y William Burroughs a partir de Naked Lunch, (1959) y luego con textos como The Ticket That Exploded (1962) o Nova Express (1966), Gutiérrez ha pensado que el aceleramiento de la llegada de la modernidad se puede lograr a través de una relación subversiva con el lenguaje. Y en efecto se puede.
Pero además el autor precisa mundos paralelos al suyo, aunque no sean mundos de lenguaje, y los encuentra en los presentes irónicos y absolutos de Kurt Vonnegut, William Gibson, en sombras de Philip K. Dick, y en el David Mamet en su radiograma sobre el 9/11. Un mundo de citas y referencias herméticas que recorren el libro y no son para los distraídos sino para los entendidos.
A Vonnegut, sobre todo al Vonnegut inventor del planeta Trafalmadore, Gutiérrez le debe el manejo amable del humor sangriento. A Gibson, sobre todo al de Count Zero (1986) y el cuento "Burning Chrome" (1986), la visión de que la tecnología como la saturación, en el sentido de invasión, del presente por parte del futuro (quemar a la cyberbruja Chrome como una versión de quemar Manhattan). A Burroughs le debe la idea de una civilización del peligro tecnológico. No sé si ha leído el texto de Mamet, pero sin duda comparte su capacidad de darle un núcleo al drama neoyorkino.
De paso Gutiérrez ha realizado una parte del sueño de Faulkner, que en los años 30 quería colores distintos para distintos planos y personajes de sus obras. En Gutiérrez no son colores sino niveles gráficos.
Una parte de mi interés por esta obra tiene que ver con un pequeño texto mío del año 1972 llamado Santa Rosita y el péndulo proliferante. Un ejercicio de cut burroughsiano realmente breve, mil veces menos ambicioso que Bombardero, pero a la vez un evidente primo hermano en la intención, la forma, la genealogía del estilo, la actitud. Eran otros tiempos, pero lo que sucedió con el texto es ilustrativo: nada. Si los tiempos locales no están listos para una forma, entonces no puede suceder nada, y eso, ese no suceder nada, es precisamente lo que viene sucediendo en ese caso. Pero nada en literatura suele ser solo un tema de tiempos, y Bombardero está al comienzo de su camino.
Decir novela vanguardista también quiere decir texto kamikaze: una obra literaria exigente hasta el grado de desafiar al lector. Lo he leído completo, pero sostengo que no es indispensable para todos llegar hasta el final. Más aún: en primer capítulo cuenta toda la historia, y luego no hace sino repetirse en diversos escenarios, como sucede con las grandes breaking news el día en que ocurren: la secuencia más fuerte se repite una y otra vez, cada vez la misma y diferente.
Desde su segundo capítulo la novela es cada vez la búsqueda obsesiva del autor. ¿Qué busca? Nuestra complicidad, que lo acompañemos en la detallada peripecia de su vida sometida a esa autotrituración que es lo actual radical. Esta es una exigencia a la lectura de la novela en el país, un ejercicio por 30 años ablandado por la complicidad con lo previsible en aquello que Tariq Alí llamó "prosa de mercado", la prosa de las grandes editoriales. Bombardero trabaja con el antientretenimiento, i.e. la incomodidad del lector, un proceso que comienza con el peso y el volumen del físico libro. Apuesta a la existencia de lectores estudiosos, lo que los teóricos de la música moderna llaman la escucha activa. Por eso luego de un capítulo de infarto (literalmente en el caso de algunos pasajeros de United Airlines) la obra se vuelve cada vez más exigente.
Una versión taquigráfica del argumento podría ser que vivimos en medio de la catástrofe personal y esta barre con todo lo demás. A esto podemos añadirle un telón de fondo de peruanidad. ¿Hay una relación entre el contenido terrible y la densidad de la literatura? ¿Por qué 500 páginas, que por su largo son en verdad 1,000? Gutiérrez quiere expresarse también a través de un formato: obligar al lector a un compromiso inusitado, i.e. crear un vínculo y a partir de un cenáculo, una célula de lectores para una obra que sucede virtualmente toda fuera del territorio geográfico. Lo cual tiene que ver con el deseo de fundar otro territorio para los peruanos. Su mejor público quizás esté entre los hijos de los dos millones de emigrantes peruanos, aunque si algo quiere decir el éxito de los relatos y la novela de Daniel Alarcón entre ellos, quizás a esos jóvenes les interese más la nostalgia que la vanguardia.
¿Cómo se va a relacionar el establishment literario, y a partir de allí el público, con este libro? Contemplo un proceso lento, la formación de un culto en torno a de la obra. Un proceso lento porque además se trata, como suele suceder con las novelas vanguardistas, de una novela de un lenguaje que todavía casi no circula. En este caso además de novela de lenguaje, novela de la tragedia del lenguaje. A nadie le va a escapar la relación entre este drama e las alturas, protagonizado por aviones y rascacielos, y el hubris de búsqueda de altura de la torre de Babel y sus idiomas confundidos.
Hay un empacho de tiempo real producido por la tipografía combinada con la gráfica de las marcas en proceso de aparecer y desaparecer. La idea es cansadora, pero muy inteligente, pues el mundo de las marcas aparece como la parte inestable del planteamiento.


* Publicado en Hueso Húmero 52.
En la foto: lectora Tammy Leland en trance bombardero ad portas del Taj Mahal.