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lunes, julio 21, 2008

La generación del 50: Un mundo dividido, 20 años después


Por Miguel Gutiérrez*

La primera edición de La Generación del 50: un mundo dividido apareció a mediados de 1988 en medio de un silencio periodístico prácticamente total. Pese a este silencio (por lo demás, recuerdo, era un silencio hostil, poblado de los rumores más encontrados), el libro con su venta casi de mano en mano fue despertando el interés creciente de los más diversos lectores. Cuatro años después la edición se había agotado, si bien es pertinente decir que de los 3000 ejemplares del tiraje, 1000 fueron requisados por la policía.

Por ciertas propuestas ideológico-políticas que contenía, por su escritura contenciosa y desinhibida y sobre todo por el momento que vivía el país, en que, con el paulatino traslado de las acciones de Sendero Luminoso a Lima, la guerra interna estaba pasando a una nueva etapa (un año después, por las calles empezaba a correr el rumor de que pronto los subversivos tomarían la capital), el libro fue recibido en los ambientes intelectuales y universitarios con irritación, temor o desconfianza, aunque también tuvo un público favorable y aun muy favorable. Según supe por diversos testimonios, a los intelectuales considerados progresistas o simpatizantes o militantes de la izquierda legal, de La Generación del 50... les disgustó, en particular, la crítica (según ellos, injusta en cuanto a su contenido e irreverente por la forma) a que se sometió a prestigiosos intelectuales, maestros universitarios y escritores, algunos de los cuales mantenían cercanos vínculos teóricos, culturales y políticos con las fuerzas que con medios legales aspiraban al cambio y la transformación del orden social de nuestro país.

Aunque no quiero dar un giro personal a este prólogo, para que se entienda cómo era la atmósfera que se creó alrededor de mi libro en los ambientes intelectuales y universitarios, debo revelar aquí que tuve numerosas manifestaciones directas de rechazo y condena (incluso, alguno de los intelectuales criticados me quitó el habla), rechazo que hicieron suyo los discípulos que por entonces habían sustituidos a los maestros en sus cátedras, y así el ensayo (y su autor) fue sometido a duros cuestionamientos tanto que, según diversos testimonios que recibí, en ciertas aulas sanmarquinas se le eligió como modelo de lo que no debía hacerse en los estudios literarios. Después de la publicación de La violencia del tiempo se me acercaron varios escritores de otras generaciones para charlar sobre cuestiones del oficio. Todos eran jóvenes narradores de talento, honestos y lúcidos, algunos ya con libros publicados, pero recuerdo que todos ellos, como si fuera una cuestión previa para establecer relaciones de amistad y evitar malentendidos en el futuro, empezaban por expresarme su disconformidad y hasta su enojo por la publicación de La Generación del 50... y centraban su crítica en las páginas que se le dedica al líder de Sendero Luminoso. En cuanto a los intelectuales que se hallaban en posiciones ideológicas cercanas a Sendero, el libro no les resultaba del todo satisfactorio, pues aparte de estar en desacuerdo con mis ideas estéticas y con algunos de mis juicios literarios, consideraban que mi lenguaje no era lo suficiente clasista (por ejemplo, no aludía a Guzmán como "Presidente Gonzalo") y que la irreverencia de mi escritura tenía un signo extraño al espíritu proletario.

Hasta antes de la derrota de Sendero, las críticas que se hicieron a mi libro fueron de carácter oral y tuvieron por escenario las aulas y pasillos universitarios, los auditorios y salones donde se llevaban a cabo reuniones culturales o literarias y, por cierto, las cafeterías, bares y cantinas. Estas reacciones no me sorprendieron demasiado, es más, me parecieron previsibles y hasta razonables, ya que después de todo yo no había escrito mi ensayo para que mis amigos me quisiesen más. Con el establecimiento del fujimorato –un momento que, tras el hundimiento o descomposición de las sociedades socialistas, coincidió con la reafirmación del orden capitalista en el mundo, el auge del neoliberalismo y la arremetida de la nueva derecha contra el marxismo-, las pasiones desencadenadas por mi libro pasaron a tener cabida en las secciones culturales de la prensa escrita y televisiva. Por supuesto, si se consideraba que La Generación del 50... era un libro que carecía de bases teóricas pertinentes y que en general los planteamientos literarios y las propuestas ideológicas políticas expresadas en sus páginas resultaban arbitrarias, erradas y perniciosas, a mi me habría parecido perfectamente legítimo, necesario y esclarecedor que se le sometiera a una crítica severa, implacable y demoledora. Pero no fue esto lo que ocurrió. Lo que hubo fue censura, excomunión y condena del autor. Lo curioso es que los ataques se tornaron más virulentos cada vez que yo publicaba una nueva novela o un nuevo libro de ensayos, lo cual me permite conjeturar que los ataques al libro y a mi persona no respondieron (por lo menos, no de manera exclusiva) a motivaciones de orden político o ideológico, sino que tuvieron que ver con los deleites que procuran las oscuras pasiones del alma, esa dimensión defectiva de la condición humana. Para tranquilizar sus conciencias todos estos críticos hallaron la coartada moral perfecta vinculándome sin ninguna prueba al senderismo que, según un reputado sociólogo, representa el Mal absoluto. Así, por ejemplo, un conocido escritor y analista político, en una entrevista que en un canal fujimorista le hizo un buen poeta de mi generación, luego de cuestionar con los términos más despectivos el valor literario de mi obra de ficción, pasó a descalificarme en lo moral y político llegando incluso a manifestar su sorpresa por el hecho de que yo no estuviera preso. Pero en este certamen de odios, la apoteosis la alcanzó un viejo crítico literario, quien, en el ardor de una polémica, por lo menos me señaló como corresponsable por los 60 mil muertos que dejó la guerra interna, y no pudo ocultar su desilusión e ira de filiación "rivagüeriana" porque yo no hubiera muerto durante el desarrollo de las contiendas que como se sabe fueron policiales, militares y paramilitares.

Las críticas más frecuentes que se han formulado a mi estudio La Generación del 50 giran en torno a Abimael Guzmán, a quien se le reconoce su condición de intelectual y miembro de dicha generación. En las pocas entrevistas que concedí en los últimos quince años casi siempre los entrevistadores empleaban alguna variante de esta expresión que implicaba ya un juicio de valor: ¿Guzmán, miembro de la generación del 50? ¿Guzmán, compañero de generación de figuras de la calidad de Víctor Li Carrillo, Augusto Salazar Bondy, Carlos Araníbar, Pablo Macera, de poetas como Eielson, Sologuren, Romualdo, Juan Gonzalo Rose, Carlos Germán Belli, de narradores como Ribeyro, Vargas Vicuña, Carlos Eduardo Zavaleta o el propio Vargas Llosa? ¿No era esto degradar el concepto de "Generación"? Pero creo que esta objeción se basa en el prejuicio. En mi ensayo, tomé como punto de partida la teoría orteguiana sobre las generaciones, pero apoyándome en el marxismo e incorporando la categoría de Clase Social y de lucha de clases, procuré conferirle bases materialista para definir y establecer las delimitaciones del concepto de Generación. Con esto me propuse superar el carácter elitista de la teoría de Ortega y Gasset, de modo que en mi estudio, y creo que de manera razonable, planteé que una generación está conformada por la totalidad de coetáneos que nacieron en un mismo momento histórico y comparten ciertos ideales en relación a la sociedad a la que pertenecen. Al respecto escribí: "...las generaciones –conformada por la totalidad de coetáneos en un momento histórico dado e insertas en las clases sociales, producto todo ello del reino de la necesidad tanto biológica como social- se irán escindiendo, agrupándose y reagrupándose como consecuencia de las opciones asumidas por sus integrantes –y éste es el reino de la libertad- frente a la lucha de clases, a los diversos proyectos en pugna –conservadores, reformistas y revolucionarios- y las formas ideológicas, incluidas las formas estéticas" [pág. 36]. (De otro lado, no puedo ocultar que también me plantearon preguntas de este tipo: ¿Guzmán, hombre de inteligencia superior, de voluntad y disciplina inquebrantables? ¿Guzmán representante del pensamiento correcto y de coherencia entre el ser y el pensar?). Ahora bien. Guzmán nació en 1934, es decir dentro del límite temporal (1920-1935) en que nacieron los miembros de las diferentes promociones que conforman la generación del 50, y no veo razón para que no se le considere integrante de la misma junto a otros activistas políticos como Luis de la Puente Uceda, Guillermo Lobatón, Juan Pablo Chang y otras figuras, incluso controversiales, como Hugo Blanco, Héctor Béjar o Ismael Frías.

Pero es el haberle conferido el estatus de intelectual al líder de Sendero Luminoso lo que suscitó las críticas más severas. Al respecto, en una entrevista que me hizo un profesor de filosofía hace cerca de diez años, declaré lo siguiente: "A ciertos intelectuales de derecha e izquierda, pero en especial de izquierda, les resultó ofensivo el que yo confiriese en mi libro un estatus de intelectual a Guzmán. No puedo retractarme. Guzmán pertenece a esa categoría de intelectual que dentro del marxismo se le conoce como intelectual de partido. A diferencia de otros intelectuales marxistas –como los marxistas académicos- que se mantienen en la periferia de los movimientos revolucionarios, los intelectuales de partido trabajan dentro de las organizaciones para construir las líneas ideológico-políticas, y para elaborar la estrategia y tácticas y alcanzar los objetivos que el partido postula... En cuanto a Guzmán... supongo que su actividad de intelectual debe haberse concretado en informes de partido, artículos de análisis político, directivas y panfletos de propaganda (que se habrán publicado sin firma en la prensa partidaria)" [Del viento, el poder y la memoria, pág. 329]. Ahora bien; lo que debe establecerse (y esto puede ser un papel de la crítica) es la real jerarquía intelectual que alcanzó AG. No conozco la tesis sobre Kant que AG sustentó para obtener su bachillerato. Según David Sobrevilla, prestigioso profesor de filosofía e intelectual de espíritu libre y democrático, considera que aquella tesis revela a un joven inteligente, coherente y disciplinado, sin que el estudio constituya ni mucho menos un aporte al conocimiento de la filosofía kantiana. A comienzos de los años 70, circuló en los ambientes universitarios un folleto con el sello del PCP con el título de Por el sendero luminoso de Mariátegui que voy a comentar muy brevemente asumiendo que AG fue el autor (por lo menos el autor principal) del mismo. Por desgracia no he podido encontrar el folleto, pero conservo con suficiente nitidez las impresiones que me suscitó su lectura. Por supuesto, el texto no se le puede juzgar con criterios exclusivamente académicos, ya que fue elaborado con fines partidarios y en este sentido tengo entendido que fue un documento importante para lo que se dio en llamar la reconstitución del Partido con miras a la lucha por conquistar el poder. Desde el punto de vista formal, Por el sendero luminoso es un texto escrito con solvencia gramatical pero sin brillantez, algo denso y también algo rezagado en cuanta a su retórica y no creo que llegue a ocupar un lugar en la historia de la prosa ensayística en el Perú. En cuanto al fondo, el folleto revela la construcción de un Mariátegui funcional, ciento por ciento maoísta, para lograr lo cual el autor hace una suerte collage de citas tomadas no siempre con pertinencia de los escritos mariateguistas más decididamente ideológicos y políticos, a partir, desde luego, de la existencia de ciertas concepciones comunes entre Mariátegui y Mao, sobre todo en relación a la feudalidad y semifeudalidad que caracterizaba a la sociedades de sus respectivos países. El resultado es un Mariátegui unilateral, ortodoxo, dogmático, que recorta las dimensiones creativas (a veces hasta la heterodoxia) de su pensamiento. En cuanto a su forma de expresión, Guzmán era un expositor (y yo tuve oportunidad de escucharlo en 2 ó 3 oportunidades en la universidad San Cristóbal de Huamanga) sobresaliente y altamente persuasivo. Con una lógica implacable (el sarcasmo era su principal recurso) examinaba un problema, criticaba y demolía las posiciones contrarias y señalaba a un público ávido el camino a seguir. Su argumentación irreprochable, tenía sin embargo un carácter deductivo, aristotélico, más bien escolástico, basado en la apelación a los textos canónicos del marxismo. Recuerdo que su argumentación seguía más o menos este esquema: esto es verdad porque lo planteó Marx y ratificó Engels, Lenin lo profundizó y amplió y lo llevó a la práctica Stalin, mientras que con Mao el planteamiento alcanzó un nuevo y superior desarrollo.

Todavía quedaría por referirse a Guzmán en su calidad de ideólogo y jefe y conductor del PCP-SL. Aunque yo no soy el indicado y carezco de la competencia para desarrollar tema tan polémico, por un imperativo político y moral no puedo dejar de hacerlo, en la medida que en mi libro por lo menos aludí a la figura de Guzmán en su condición de jefe e ideólogo. Desde luego, las pocas observaciones que expondré las haré en mi condición de intelectual independiente, pero basándome en mis viejas lecturas de las obras de Mao y Mariátegui, lecturas que ya entonces me llevaron a escribir en la página 260 de mi libro: "¿Es correcta la línea, la estrategia, las tácticas y formas de combate llevadas a cabo por el PCP-SL? Esto lo decidirá la propia práctica y la historia con el triunfo definitivo o la derrota final". No sé si Guzmán, de acuerdo a la tradición de los partidos comunistas del mundo, ha hecho un balance autocrítico a fondo (es decir, una autocrítica real y auténtica y no un simulacro de autocrítica, en el sentido que los errores se le atribuyen a cuadros subalternos o a desviaciones impulsadas por una supuesta "línea negra" que operaba en el Partido) sobre su rol en la conducción de lo que él denominó "Guerra Popular". Si como afirma Mao la práctica es el único criterio de la verdad, entonces la contundente derrota revela que la línea ideológico-política, la estrategia y las tácticas que él impulsó y desarrolló -basadas en su personal interpretación del maoísmo- fueron erróneas o incorrectas. A partir de aquí habría que preguntarse si la fuente principal de este error fue una concepción del Partido que se identificaba con la propia persona de Guzmán, lo cual, tras de su caída, debió dejar en orfandad a la organización partidaria. Todas las grandes revoluciones del siglo XX -la de octubre de 1917, la revolución china, la revolución cubana- contaron con el apoyo en diverso grado o la simpatía de la intelectualidad democrática del más alto nivel, de ahí que si no recuerdo mal el viejo Mao afirmaba que sin el concurso de los intelectuales no triunfaría la revolución. En cambio, pasando por alto las reiteradas propuestas de Mariátegui y Mao, SL, con la guía de Guzmán, desarrolló una política autoritaria, hostil (casi de desprecio) a los intelectuales, línea política que se resumía en una cita de Engels, sacada por lo demás fuera de contexto, según la cual "los intelectuales conformaban un montón colosal de basura". Esto espantó a los intelectuales y canceló la posibilidad del surgimiento de un movimiento renovador y democrático en la cultura y el arte.

El otro error grave, en verdad lamentable creo yo, es el que sin tener en cuenta la historia de las revoluciones mundiales y la figura de Mariátegui, SL proclamara la existencia del "Pensamiento Gonzalo" prácticamente apenas iniciada la guerra, sin que hubiera culminado, según su propio Programa, con el triunfo de ninguna de las etapas de la revolución. En la Unión Soviética, el leninismo como una nueva etapa del marxismo ("como el marxismo en la etapa del imperialismo y las revoluciones proletarias") fue anunciado y fundamentado unos años después de la muerte de Lenin, ya en plena construcción del socialismo. En cuanto a China Popular empezó a hablarse del "Pensamiento Mao-Tsetung" a comienzos de la década de 1960, en los meses que precedieron a la revolución cultural proletaria. Nunca llegué a entender con claridad este concepto de "Pensamiento", pero en cualquier forma la dirección ideológica, política y militar de Mao pasó por durísimas pruebas a lo largo de más de cuarenta años de luchas, período que culminó con el triunfo de la llamada "revolución de nueva democracia" y el establecimiento de la sociedad socialista. Hay, por supuesto, muchas otras críticas que se deberían hacer, pero yo terminaré refiriéndome a la caída de Abimael Guzmán, pues era una figura que por el papel que desempeñó dentro y fuera del Partido ya no se pertenecía a sí mismo sino a la causa popular que, creo entender, debe estar por encima de jefes y líderes. Sé que se han dado diversas razones para explicar y justificar la forma en que cayó el líder de SL, entre éstas la que más trascendió al público general sostiene que Guzmán decidió preservar su vida para evitar la descomposición o desaparición del Partido, pero este razonamiento se basa, como dije líneas arriba, en una concepción errada, ya que implica una suerte de consubstanciación casi mística entre Guzmán y el Partido. Recuerdo que mientras veía por la televisión las incidencias de la caída del "Presidente Gonzalo", acudieron en tropel a mi mente sucesos, escenas e imágenes sobre el altísimo costo que significó para el pueblo peruano y los propios combatientes el desarrollo de la guerra. Entonces recordé la primera visita que hice a un familiar en El Frontón. A la entrada del pabellón de los prisioneros de guerra había un enorme cartel, en el que se leía esta cita de Mao: "Quien se atreva a ser cortado en mil pedazos podrá desmontar al emperador", y como lo fui sabiendo, no se trataba de una frase retórica o demagógica, pues no pocos militantes murieron de esa manera, literalmente, pero ahora el "Presidente Gonzalo", según veo por televisión las incidencias de su apresamiento, ha olvidado la vieja sentencia maoísta.

Expuesto lo anterior, la pregunta que se impone es la siguiente: ¿Por qué, entonces, tentar otra vez a las Furias con una nueva publicación de libro y autor tan execrados? En este sentido, amigos muy queridos me han indicado la inconveniencia de lanzar una segunda edición de La Generación del 50, en momentos que, haciéndose eco de la doctrina Bush, y con el apoyo de ciertos intelectuales liberales y de la derecha tradicional, el gobierno aprista impulsa un nuevo maccartismo, satanizando indiscriminadamente con el epíteto de terroristas, a los luchadores sociales y a los críticos y opositores del régimen y el sistema neoliberal. Con ser ésta una situación que debe tomarse en cuenta, ni la conveniencia política ni el llamado a una razonable prudencia constituyen a mi entender motivos suficientes como para renunciar a un proyecto que he ido posponiendo desde hace algunos años porque las propuestas editoriales que se me hicieron carecían de la seriedad debida. Como puede verificarlo cualquier lector sin prejuicios políticos, mi trabajo sobre la generación del 50 se despliega en el territorio del debate (o si se quiere, del combate) de las ideas, lo cual, si no me equivoco, es un derecho constitucional. Como señalé en el prólogo a la primera edición, este cuerpo de ideas conforma un pensamiento situado que teniendo como principal soporte el marxismo, incorpora todo lo que hay de nuevo e incitante en el pensamiento contemporáneo. Pero debo añadir enseguida, que asumí las ideas marxistas, en especial las ideas de Mariátegui y Mao, en mi calidad de intelectual independiente o para usar un término que no me satisface demasiado, como intelectual comprometido, sin vínculo orgánico con ningún partido de la izquierda peruana.

Ahora bien; ¿qué causa, digamos categórica, me habría obligado a no reeditar mi libro? O planteado de manera afirmativa: ¿qué razones justificarían la reedición de La Generación del 50, más allá del hecho que desde hace muchos años se agotó la primera edición y que existe una cierta demanda, tanto que en los medios universitarios circule en fotocopias? Pensando en esto, cuando se presentó la posibilidad concreta de llevar adelante una segunda edición, me propuse hacer después de más de quince años una lectura de mi ensayo completa, minuciosa, objetiva y desapasionada hasta donde esto es humanamente posible. He aquí las dos conclusiones a las que llegué.

La Generación del 50: un mundo dividido es, sin duda, un libro controversial, de escritura vehemente, algunos de cuyos planteamientos de tipo político han sido desmentidos de manera implacable por la propia realidad del país. No obstante, el libro posee ciertas cualidades, suficientes creo yo, como para merecer una nueva edición. En primer lugar es un estudio serio, estricto en el manejo de las fuentes bibliográficas, que ofrece un cuadro relativamente completo de una generación insertada de manera activa en el proceso de la cultura y la historia de la sociedad peruana. Las páginas dedicadas a sus principales integrantes –poetas, narradores, pensadores sociales- contienen observaciones, reflexiones y juicios sobre sus obras, las mismas que conforman un punto de vista particular para entender desde otra perspectiva a tan importante conjunto generacional. La segunda parte del libro –la parte que mayores enojos y malentendidos suscitó- está dedicada a lo que según la fórmula sartreana se denominó "el compromiso social del escritor". En el prólogo a la primera edición hice referencia a los sentimientos que tuve que vencer para escribir sobre este aspecto de la condición intelectual que tiene que ver con cuestiones de ideología y política y en particular con la relación entre el ser y el pensar de figuras destacadas de la generación del 50, cuando está de por medio el poder político. Tarea en sí mismo ingrata, en mi caso resultó dolorosa porque sentía (y aun siento) admiración y respeto por los intelectuales y artistas cuyo pensamiento y conducta examiné, con la mayoría de los cuales, además, mantenía lazos de amistad, en mi condición de discípulo o hermano menor. Por eso no pude evitar que me invadiese alguna aprehensión al enfrentarme tantos años después con estas páginas, pues temía que ahora me resultasen impertinentes, sin sustento racional, profusas en adjetivos y de torpe ironía y en suma injustas. No niego que algunas pasajes o frases pueden sonar demasiado exaltadas, pero todo lo que ahí se dice está refrendado por el análisis de los textos de los autores tratados o por el examen de conductas concretas, objetivas, del escritor frente a la situación política del país. De modo –lo comprobé- el lector no se encontrará ante la adjetivación gratuita, el vituperio, la estigmatización, o la difamación siempre abominable de ninguno de los escritores tratados. Es más, he cuidado –por íntima convicción- de descalificar estéticamente una obra por las concepciones ideológicas de un autor, incluso si este hubiese observado una conducta reprobable desde el punto de vista moral y político en un determinado momento de su vida. Así, por ejemplo, a Julio Ramón Ribeyro (el caso más lancinante que tuve que abordar) se le crítica con dureza por haber recibido la Orden del Sol de manos de Alan García pocos meses después de la matanza de El Frontón en junio de 1986. Sin embargo en la primera parte de mi libro le dedico un amplio ensayo sobre su poética del cuento en los términos más encomiásticos, pues Julio Ramón fue uno de los integrantes más representativos de la generación del 50 y sin duda es el mejor cuentista de toda la narrativa peruana. En suma, las críticas anteriores pueden considerarse severas y cuestionables o parciales y unilaterales, pero no injustas, y si las llevé a cabo no fueron por oscuras pulsiones sino por los imperativos del pensamiento asumido.

En segundo lugar, La Generación del 50 constituye un documento sobre una época en que todas las producciones culturales, literarias y artísticas llevaban la huella de la cruenta y prolongada guerra interna que se desarrollaba en el territorio peruano. Es más, y para decirlo con el viejo estilo, el elan que recorre de la primera a la última página de mi libro es el hecho de la guerra, situación que generó incertidumbres, miedos y expectativas que repercutieron en la vida íntima y social y en las formas de conciencia en las que cristaliza lo que algunos filósofos denominaban "el espíritu de la época". De modo que mi libro, además de ser un estudio sobre una generación, contiene el testimonio de un yo que no se oculta en aras de una ilusoria objetividad sino que se muestra implicado emocional, moral y políticamente con uno de los momentos más críticos de la historia del país, pues, como se sabe, para algunos historiadores la guerra interna resulta comparable a los momentos de la Conquista y la derrota del Perú en la Guerra con Chile. Y es esta dimensión testimonial la que confiere singularidad a mi trabajo, frente a otros del mismo tema, algunos de los cuales son estudios serios y valiosos en el área de las investigaciones académicas.

El carácter testimonial de mi estudio determinó su forma ensayística, su escritura y estilo. Discurso libre que navega entre la literatura, la filosofía y la ciencia, el ensayo posee una estructura muy dúctil en la que pueden tener cabida el relato, el testimonio, la crónica, el diálogo y cuyo destinatario –lo dije ya en el prólogo a la primera edición- es el lector común, no especializado, aunque sí amante de las aventuras del pensamiento y la imaginación. Por eso el ensayo era la forma que más convenía a un estudio que, como dije antes, no oculta el yo, que incorpora la subjetividad en el proceso de racionalización de una problemática determinada. No me cabe duda que las vicisitudes de esta subjetividad –subjetividad, debo decirlo ahora, asediada por distintos requerimientos- fue lo que imprimió el ritmo de la escritura y el tono del lenguaje y estilo. Tendría que hablar de mi situación personal para que esto se entienda mejor; sólo diré que mi situación era muy contradictoria y vulnerable, sobre todo porque seres muy queridos y ligados a mi vida habían optado de manera soberana y libre por lo que Sendero denominaba Guerra Popular. De modo que mientras esperaba las noticias que por desgracia fueron inevitables, en un alto de tres meses a la redacción de mi novela La violencia del tiempo, me entregué a la escritura de mi ensayo no pocas veces a la luz de las velas de mi hermoso candelabro ayacuchano, con un trasfondo de dinamitazos, descargas de los FAL y el desplazamiento pesado y bronco y amenazante de los tanques del ejército.

Fue, recuerdo, una escritura febril, ansiosa, eufórica por momentos, que se desplegó en una sola y dilatada secuencia sin ningún punto aparte. El resultado fue un libro que sobrepasó el ámbito de los estudios académicos y que se podía leer como un relato, con personaje y escenarios, o como una vasta crónica que recreaba la atmósfera de los ambientes culturales, políticos y bohemios de la época. Como dije al comienzo, tengo la convicción que La Generación del 50 contiene reflexiones, observaciones y planteamientos sobre la poesía, la narrativa y el pensamiento social y la trayectoria vital de sus autores que aún pueden tener algún interés para los nuevos estudiosos del tema; pero si esto fuera negado, el libro tiene otros valores (y esto me lo hicieron saber lectores que cuestionan sus fundamentos teóricos y sus propuestas de orden político e ideológico), valores derivados de las convicciones del autor, de la forma y la intensidad y fluidez de su escritura. En conclusión, y con riesgo de parecer soberbio, puedo afirmar que La Generación del 50: un mundo dividido merece una segunda edición porque no es un libro mediocre, opaco, gris, neutral, y si su autor debe ser condenado lo será a alguno de los círculos del infierno, mas no a aquel espacio triste y ominoso en que son confinados los que carecen de pasiones e ideales por qué luchar.

La presente edición reproduce escrupulosamente la versión original. Pero como quiera que la primera edición se efectuó en condiciones difíciles y precarias, se ha procurado limpiar el texto de incorrecciones gramaticales y de puntuación. Sólo he eliminado dos adjetivos por considerarlos innecesarios y he agregado a una integrante más de la generación del 50, cuyo nombre había omitido por falta de información segura.

Miguel Gutiérrez, marzo-abril 2008


* Prólogo de la segunda edición.

En la foto: Tomás G. Escajadillo, Miguel Gutiérrez, Hildebrando Pérez y Dante Dávila la noche de la presentación en la Casona de San Marcos.