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lunes, junio 16, 2008

El mundo sin Xóchitl. Prólogo

Por Miguel Gutiérrez*

La historia de un amor incestuoso entre dos hermanos que ingresan a la pubertad, del hermanito retardado que ellos en sus juegos consideran hijo suyo como "castigo por su pecado", del anciano padre (más bien "abuelo" pues los engendró a los 70 años) y que ahora agoniza en una mansión en ruinas, ya estaba anunciada en alguna página de mi primera novela El viejo saurio se retira. Esta historia de amor, me rondó por muchos años sin que me atreviera a escribirla no por auto censuras morales sino por inhibiciones artísticas, pues no ignoraba que el tema del incesto, constante y recurrente en la historia de la literatura es un tema de difícil ejecución ya que puede dar lo mejor como lo peor de la literatura.
Pasaron muchos años, cerca de cuarenta, durante los cuales de tiempo en tiempo me asaltaba la nostalgia de esta historia que acaso nunca podría escribir y, como cualquier novelista lo sabe, no hay pena mayor que sentirse incapaz de contar una historia que, pertinaz, reclama ser contada. Hasta que en 1997 Julio Olavarría
, mi paisano y recordado amigo y excelente fotógrafo que residía en Suiza, y con quien ya habíamos trabajado en mi novela La destrucción del reino, de paso otra vez por el Perú se comunicó conmigo para mostrarme una nueva serie fotográfica. Era una serie que estaba dedicada a un hermano recién fallecido y en ella se ve a una niña casi púber, descalza y vestida de negro a la usanza de las campesinas piuranas, llovida de encendidas flores, en contraste con un paisaje torturado por la sequía. Le pedí a mi amigo que me explicara el sentido de las fotos y mientras Julio me hablaba y yo las observaba, la otra voz que siempre me acompaña me empezó a contar esa vieja historia de amor entre hermanos que nunca me había atrevido a escribir. Recuerdo que mientras viajaba de retorno a mi casa seguí contándome la historia que se me revelaba de principio a fin y hasta sus últimos detalles. Por eso escribí los dos primeros capítulos esa misma noche con el tono del lenguaje y la estructura narrativa que tendría mi novela cuando después de terminar otros textos que ya tenía comprometidos, retomara la historia dos años después.
Wences, el narrador principal de EMSX, tiene alrededor de 60 años cuando acuciado por ciertos hechos decide escribir sobre el único acontecimiento en verdad importante de su vida: su amor por su hermana Xóchitl. Como lo irá advirtiendo el lector es un amor intenso, que incluye el erotismo y el sexo, dicha ilimitada que interrumpe la muerte de Xóchitl, víctima de la peste de difteria que asolaba principalmente a los niños de la región de Monte de los Padres. En sus Memorias Wences recuerda que la realización de este amor implicaba la búsqueda del amor absoluto. Este deseo de absoluto que reclamaba la abolición del mundo da lugar al otro gran tema del libro, la del parricidio, pues los niños consideran que el anciano padre, el papá-abuelo como lo llaman y que agoniza sin término, constituye el obstáculo para alcanzar la unión plena. Metáfora del universo, el escenario principal de la novela es una vieja mansión en ruinas con sus tres dimensiones: un mirador, que es la región celeste, la zona intermedia en la que entre juegos y ritos profanatorios transcurre la vida de los niños, y, un sótano, espacio de las deidades malditas, donde con medios mágico simbólicos los niños claman para que les sea concedido la eliminación del anciano padre. En consonancia con este tema del amor, la novela evoca otros amores de los personajes que habitan la mansión, como de doña Mathilde y don Elías, de Constanza con don Elías, o de las mujeres de la servidumbre, amores contrariados signados por el infortunio, que contrasta con el amor de Xóchitl y Wences. Amor total que acaso sólo alcanzan los otros amantes de la historia: don Pasquale, el hermoso gato persa y Lolita, felina pequeña y esbelta y salvaje, para cuya representación se me impuso, recuerdo, el rostro de quien fuera uno de los símbolos eróticos de mi generación: Brigitte Bardot.
Pero antes que reiniciara la escritura dos años después tuve que prepararme y resolver algunos problemas. Cuando, mirando las fotos de Julio Olavaria, recordé la vieja historia, ésta se me presentó ligada con el arte de la ópera. Y creo que casi de manera inmediata comprendí que en EMSX la ópera cumpliría dos funciones principales: debería servir como fondo musical, como leimotiv, pero además sería uno de los modelos constructivos y temáticos de mi ficción. Pero como mi cultura operística era muy precaria, leí cuanto libro cayó en mis manos sobre la forma y la historia de la ópera, sobre todo durante tres años, asesorado por amigos amantes del género lírico (uno de ellos tenía una fabulosa colección de discos, con cantantes como Caruso, Gigli, Schipa, el gran Feodor Chaliapin, el increíble bajo ruso, Krause, Granda y con divas como la Patty, la Melba, Mary Garden, Edith Mason, Jeritza, Lily Pons y por cierto María Callas) escuché un considerable número de las más memorables arias del género e, incluso, conseguí unos vídeos con óperas completas, como Rigoletto y Turandot, que escuché entre extasiado y aburrido, y todo ello lo hice para preparar mi oído y mi temple y poder elegir las arias adecuadas para los distintos capítulos de mi novela. La mansión donde se desarrolla el amor entre Xóchitl y Guencho, es la misma que utilicé en El viejo saurio, pero ahora la concebí como el escenario de una ópera. Como la mansión sólo la conocía por fuera, tuve que imaginar con cierto detalle su arquitectura, y después la doté de un improbable y suntuoso mobiliario (ahora en ruinas como la casa misma), en el que destacaban dos pianos de cola: un exquisito Steinway y un noble aunque ya en desuso Bechstein, pues por el tema de la ópera y por los conciertos a cuatro manos que Guencho y Xóchitl ejecutan de tanto en tanto, tuve que informarme algo sobre calidades y marcas de pianos, como los Pleyel, los Kimberly, los Erard, los Bossendorfer y los Bechtein que los hice fabricar en Onhava, capital del reino de Zembla, en recuerdo de Nabokov.
Desde joven participé de la idea que en literatura no existe la originalidad absoluta. ¿No dijo Queneau ya para siempre que en la humanidad se han escrito sólo dos obras, la Ilíada y la Odisea? Como he sostenido en otras ocasiones, el momento mágico (por lo menos para mí) de la creación novelística es el momento de la escritura, momento en que bajo el impulso de corrientes subterráneas y de los poderes asociativos de la memoria cristaliza en formas simbólicas toda tu experiencia de la vida, la cultura y el arte, de modo que sin ser el autor del todo consciente, la ficción que se va componiendo establece diálogos y relaciones metaliterarias con otras ficciones del presente y el pasado. Tanto el recurso del "manuscrito encontrado", que se emplea en el Prólogo y Epílogo, como la forma de Memorias en que se relata la ficción propiamente dicha, cuentan con una muy larga tradición, y grandes novelistas del siglo XX las emplearon con renovado esplendor y maestría. Asimismo, antes de retomar la escritura y mientras duró ésta leí o releí obras de clásicos y contemporáneos que versaran sobre el incesto, el parricidio, la peste y la muerte del ser amado, pero esta vez mis lecturas se centraban no en los acontecimientos narrados, sino en los ritmos internos del lenguaje, en la línea melódica de la prosa con sus secretas resonancias. Venturosamente, lejos de abolir mi propia voz, estas lecturas me ayudaron a encontrarla, definirla y hacerla (y esta es mi esperanza) distinta e intransferible, y esta es la modesta originalidad a la que un autor puede aspirar.
El hecho que, cerca de medio siglo después, Wences escribiera su Memorias en Monte de los Padres, el lugar donde alcanzó la felicidad con Xóchitl pero donde también la perdió para siempre, determinó la línea melódica de su lenguaje que siendo afín a la elegía, sospecho que aspira alcanzar el tono grave de la tragedia, aunque no sé si el solitario Wences dio con el acorde requerido. Creo yo, sin embargo, que ciertos sucesos de la vida real contribuyeron a acentuar el tono y la atmósfera de melancolía y tristeza irredimible que, según algunos comentaristas, impera en la novela. Unas semanas antes de reemprender su escritura, llevando conmigo la serie fotográfica de Julio Olavarría
, viajé a Piura para recorrer los lugares donde se amaron Guencho y Xóchitl. Ya me había acostumbrado a que en cada uno de mis visitas a mi ciudad encontrarse en vez de las viejas casonas de mi infancia modernos edificios para oficinas y negocios, pero esta vez no estuve preparado cuando descubrí que habían demolido el cine teatro Variedades y la vecina mansión que se levantaba en la avenida Grau y hacía esquina con la calle Junín. Fue un doble golpe a mi corazón, pues desde El viejo saurio en aquella enorme casa yo hice vivir a los hermanos amantes y al tierno Papillo, y en el Variedades, donde accedí al fascinante arte del cine, además de las incontables películas de variado entretenimiento que vi, entre los ocho y diez años o poco más asistí, con absoluto asombro y desconcierto, a la proyección de por lo menos una decena de cintas extrañas e inquietantes que después supe que eran obras maestras de la cinematografía, como Iván el Terrible, Rashomon, Sunset Boulevard, Alemania hora 0 y otras películas clásicas del neorrealismo italiano. Pero ahora el Variedades había sido reducido a escombros. Aunque de carácter íntimo, una última situación repercutió en el tono dolido que por momentos tiene la novela. Aquel año, de acuerdo a los turnos establecidos con mis hermanos, me tocó cuidar a mi anciano padre que, confundido y casi privado del habla, guardaba luto por el fallecimiento reciente de su mujer, mi madre, en tanto él mismo estaba muriendo lentamente. De modo que me trasladé a la casa familiar durante un año y desde que retomé la escritura supe que el recuerdo de todos mis muertos, los antiguos y los recientes, y la pena por todos los bienes perdidos, acabados o destruidos, prepararían mi espíritu para cuando tuviera que enfrentarme a la inevitable muerte de Xóchitl.

mayo, 2008


* prólogo del autor preparado para la segunda edición de la novela.