zonadenoticias

lunes, octubre 29, 2007

Una lección de dialéctica

Por Rodolfo Hinostroza*

"¿Sabes?" Me dijo Gonzalo "Cuando Herman Melville estuvo en el Callao frecuentaba un bar de marineros, que todavía existe. Se llama 'El Ají Verde' y en una de sus mesas dejó sus iniciales grabadas con un cuchillo: H.M. ¿Por qué no vamos a rescatar esa mesa?" me propuso. "¿H.M?" dije yo "¡Pues vamos!". Yo no sabía que querría hacer Gonzalo en caso que encontráramos la mesa, lo cual me parecía bastante improbable, pero me pareció una empresa cojonuda a la que de inmediato adherí, ya que desde muchacho tuve tendencia de meterme en extrañas huevadas.
Un domingo llegamos al Callao a eso de las 9 de la noche, cuando había acoderado un inmenso barco noruego, y sus rubios marineros se habían ido de putas y de tragos esa noche, y todos los bares del puerto estaban llenos de gringos borrachos y peleones, que tiraban el dinero a manos llenas. En el "Ají Verde" que en efecto existía, a duras penas encontramos una mesita de fórmica para los dos, porque todo el ambiente estaba lleno de putas, marineros y humo, y la cerveza corría por cajones. Hice una primera inspección del lugar, como quien compra cigarros, y me percaté de que todas las mesas eran en fórmica, y había una sola, la más grande, que parecía de comedor y de madera. Lo malo es que estaba ocupada por una mancha de putas, marineros y malandros que iba y venía de ella, trayendo y llevando tragos y quien sabe qué, de manera que no era prudente acercarse. Estuvimos largo rato bebiendo cerveza mientras que Gonzalo me explicaba las leyes de la dialéctica, y al final me decidí, y al pasar delante de la mesa como para ir al baño me agaché como para recoger algo, y cuando pegué una mirada furtiva bajo la mesa, me di cuenta que era de aglomerado. Nada de HM. Pura fórmica y aglomerado. Se lo fui a comunicar a Gonzalo, quien hizo un comentario sarcástico y pidió un par de cervezas más, "Preso por mil, preso por mil quinientos" dijo sibilinamente, y cuando llegó la cuenta, mientras el mozo se impacientaba esperando, Gonzalo me miró raro y me dijo: "Qué bonito saco. Me lo prestas para verlo?". Me pareció un poco extraño, pero me lo quité y se lo presté complacido porque en efecto era un lindo saco azul de casimir que mi madre me había regalado no hacía mucho. Él miró la etiqueta, e hizo un gesto de inteligencia al mozo, que se acercó a Gonzalo y se llevó mi saco, dándole un ticket en cambio. Esa fue mi primera lección de dialéctica, y desde ese momento quedamos íntimos amigos. A los pocos días me devolvió mi saco, pasado por la lavandería. Eso es lo que me marcó más de Gonzalo, que me enseñó a improvisar con humor, sin vergüenza, con fraternidad, y con él aprendí a vivir como poeta…


* Fragmento de su libro Sangre de poeta. Apuntes autobiográficos (inédito).
En la foto: Juan Gonzalo Rose.