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jueves, enero 18, 2007

Carlos L. Orihuela sobre la poesía peruana de los 60 y 70

Veo en el último número de la revista de historia social y literatura de América Latina A contracorriente (correspondiente a otoño boreal del 2006) un ensayo de Carlos L. Orihuela titulado "La poesía peruana de los 60 y 70: Dos etapas en la ruta hacia el sujeto descentrado y la conversacionalidad". Orihuela empieza su texto mencionando lo siguiente: "La poesía de los 60 y los 70 constituyen una continuidad en el desarrollo de la literatura peruana contemporánea. Ambas conforman etapas de un mismo proceso de reconstitución de la escritura poética nacional, y dan cuenta de dos momentos de inquietud cultural vinculados a los virajes históricos e intelectuales típicos de la segunda mitad del siglo XX". También dice: "[L]a poesía de los 60 irrumpe no como alternativa ni rebeldía a la generación precedente. Emerge para sustituir, para establecer su propia tradición. Si algo los diferencia de sus inmediatos antecesores es el no saberse comprometidos con los pesares de quienes, sorprendidos por espejismos políticos del momento, habían soñado con revoluciones sociales a la vuelta de la esquina, ni sentirse comprometidos con una reflexión retórica que se desentendía de las innovaciones intelectuales y artísticas en el contexto internacional de la Guerra Fría y el desarrollo de corrientes de pensamiento que desencadenarían el debate de la postmodernidad. La poesía de los 60 nace en un terreno histórico inédito, y se fertiliza en un clima discursivo y un proceso dialéctico sustancialmente distintos. El Perú de los 60 acusaba una nueva fisonomía social advertida inicialmente y de modo casi intuitivo por las élites artísticas más jóvenes". Más adelante señala que "hay [a partir de los casos de Javier Heraud, Rodolfo Hinostroza, Marco Marcos y Antonio Cisneros], en la poesía peruana, una creciente vocación por el desarrollo del sujeto poético descentrado, inestable, en oposición al sujeto unívoco, unidireccional, que se había mantenido inamovible en la tradición literaria occidental fundada en el cartesianismo. Esta reconfiguración radical del sujeto poético se convierte de este modo en el recurso de primera mano en la tarea de crear un equivalente formal de la fragmentación esencial del país dentro de la estructura del texto literario".
Y en esta parte de su argumentación Orihuela establece, para distinguir entre lo que nombra como poesía peruana de los 60 y poesía peruana de los 70, una brecha radicalizadora entre ambas desde un mismo tipo de lenguaje y sobre la base del gobierno velasquista: "Pero a pesar de que la poesía de los 60 representaba un avance significativo en la refundación de la poesía peruana y esgrimía planteamientos referentes a la innovación del lenguaje, el rescate del discurso popular y la revisión de las representaciones de la realidad nacional y latinoamericana, no dejó de ser una poesía académica, cultista, y que su propuesta de un lenguaje popular se circunscribía más bien a una coloquialidad aprendida de otras coloquialidades ya elaboradas, provenientes de la poesía anglosajona o la conversacionalidad latinoamericana que por entonces había alcanzado una fuerte difusión. Un evento político, la instauración de la dictadura de Juan Velasco Alvarado, en 1968, que, contrariamente a lo que podía esperarse de un fenómeno militar de este tipo, propone reformas sociales y reivindicacionistas, y el significativo desplazamiento del sistema cultural que tradicionalmente había controlado el canon y la difusión de la poesía culta, vienen a constituir, en la primera mitad de la década de los 70, el contexto sobre el que se intenta radicalizar la propuesta conversacional de los 60. Los nuevos grupos de poetas que súbitamente se multiplican en la capital y hasta en las provincias más alejadas, muchos de ellos alentados por las propias fuerzas del gobierno, vienen a conformar el movimiento que se propone corregir y clarificar los alcances de lo que consideraban el proyecto fallido de una poesía conversacional basada en el mosaico lingüístico del país. Desde ruidosos escenarios o a través de explosivas publicaciones, el grupo Hora Zero, integrado mayormente por estudiantes de clase media provinciana que tienen sus primeros encuentros en la Universidad Federico Villarreal de Lima, lanzan furibundas proclamas, repitiendo la ya vieja usanza vanguardista de declarar obsoleta toda tradición precedente y consagrarse fundadores de una nueva era". Orihuela a su vez explica que "[l]os poetas de Hora Zero y sus similares individuales o grupales efectivamente dieron aportes a la poesía peruana, aunque no en la medida en que la euforia y el entusiasmo les hizo pensar. La crítica ha concentrado más sus comentarios y atención sobre los efectos de sus manifiestos en el contexto de la dictadura de Velasco Alvarado, su protagonismo político en instantes de particulares confrontaciones sociales, y en el debate más bien teórico e ideológico que suscitó el tono radical con que se planteó la revisión y reinvención de la poesía peruana. Es sintomático que los organizadores del seminario 'Poesía Peruana del 70. Marginalidad-Oralidad-Nuevos Sujetos Migrantes Descentrados', llevado a cabo en la Universidad Nacional de San Marcos de Lima en agosto de 2005, hayan incluido en la convocatoria la siguiente justificación: 'El seminario [...] se propone contribuir a crear y formar un espacio crítico sobre la poesía peruana de la década del 70. Toda vez que existe una asimilación acrítica que redunda en el biografismo, los enfoques marxopositivistas y un reduccionismo sociológico que obvia las múltiples mediaciones entre la serie social y la literaria'. En cuanto a la innovación concreta de las formas textuales, creemos que su aporte más importante es, sin duda, el haber incorporado en la poética conversacional una buena proporción de elementos provenientes de los dialectos marginales, con los cuales muchos de sus integrantes se encontraban vitalmente involucrados. El exteriorismo del poeta erudito y cosmopolita que parodiaba las voces populares y no llegaba a ocultar las subyacencias cultas y cerebrales, se veía eclipsado ahora por el resultante de una combinación de voces que testimoniaban un espacio cultural al que tradicionalmente se había considerado no poetizable".
Respecto a uno de los fundadores de Hora Zero, Orihuela afirma lo siguiente: "Juan Ramírez Ruiz, uno de los más notables poetas de esta generación, llega incluso a integrar efectos gráficos que hacen aún más patentes la representación popular y la coloquialidad. En el poema 'El único amor posible entre una estudiante en la academia de decoración y artesanía y un poeta latinoamericano', cuyo título, como es obvio, denota igualmente la autorrepresentación del sujeto poético, la utilización de los espacios de la página escrita a modo de guión teatral o cinematográfico, diluye de manera extrema un yo unívoco y omniscente para crearnos la ilusión de la testimonialidad del lector".
El autor concluye su ensayo con el siguiente párrafo: "Un análisis concienzudo de cuanto se publicó durante la década de los 70, antes y después del desmantelamiento de las reformas políticas del gobierno de Velasco Alvarado, da cuenta de ciertas constantes de estilo que nos remiten a las exploraciones y trabajos experimentales de los poetas de los 60. La tarea de reformulación técnica de poetas como Cisneros, Hernández, Naranjo, Hinostroza y otros, en el desarrollo de la conversacionalidad y la instauración de nuevos conceptos del sujeto poético, facilitaron a las promociones de los 70 el instrumental teórico y formal que los llevó incluso a extremar con significativo éxito una poesía conversacional o exteriorista en la que se integran elementos auténticos de los discursos sociales del país. Obviando las denotaciones parricidas de muchos manifiestos de inspiración vanguardista de los 70, es innegable que las experiencias poéticas de las décadas de los 60 y 70 vienen a conformar dos etapas de un mismo circuito en el esfuerzo irrefrenable por insertar la cultura y la sociedad peruanas al proceso integral de la metrópolis contemporánea".

En la foto: Enrique Verástegui y Antonio Cisneros, en ameno diálogo captado cuando el primero entrevistó al segundo en 1975 para el suplemento Variedades del desaparecido diario La Crónica. En opinión de Orihuela "es innegable que las experiencias poéticas de las décadas de los 60 y 70 vienen a conformar dos etapas de un mismo circuito".